viernes, 12 de agosto de 2011

12-Agosto-2011, Viernes.


La muerte de un escritor






¿Cómo evaluar “lo más importante”? La muerte del escritor cubano-mexicano Eliseo Alberto causó estragos y reactivó los recuerdos. Autor de libros de reconocimiento reciente, creo que Eliseo Alberto Lichi tiene un libro que retrata su ser: Informe contra mí mismo, publicado en 1996. En sus páginas finales, Lichi hace una enumeración exhaustiva de los cubanos que tuvieron que salir de Cuba porque no les permitían estar equivocados”. En ese libro, que también el propio autor dice que le permitiría ser recordado, Lichi ajusta cuentas con su país, del que salió exiliado en 1988 por restricciones en la libertad. En 1962, su familia tenía todos los papeles en regla para salid de Cuba en plena fase de radicalización, pero a último momento su padre, el poeta Eliseo Diego, decidió que no porque su patria era Cuba.

Lichi fue obligado a vivir vigilando a su familia y a escribir las actividades privadas de ellos. Se trataba del sistema de espionaje de la revolución cubana como mecanismo de seguridad ante la infiltración del enemigo. Lichi cumplió la orden pero el libro es sin duda uno de los documentos más dramáticos del fracaso de la revolución cubana. Por sus páginas desfila la Cuba interna, la Cuba cotidiana, la Cuba que escapa de los discursos fogosos del Comandante en Jefe, la Cuba que le dolió al salir pero a la que no olvidó a pesar de su naturalización como ciudadano mexicano en el año 2000.

El informe contra sí mismo debe ser leído como un informe contra la revolución cubana. Pero no contra el hecho histórico sino contra la burocratización, el fanatismo y sobre todo el incumplimiento de sus metas. Lichi describe lo que no debe ser una revolución pero en sus páginas se encuentra el aliento sentimental de lo que sí fue y debió seguir siendo la revolución. Vana tarea para un escritor.

A Lichi estuve a punto de conocerlo. Mi amigo el columnista Rubén Cortés, de La Razón, también cubano naturalizado mexicano, amigo entrañable de Eliseo Alberto, quedó de invitarme a alguna de las comidas cubanas. Ya no dio tiempo. Al escritor le hicieron un trasplante de riñón pero no pudo absorberlo y se lo llevó la muerte. En un par de ocasiones Rubén me contó las comidas con Lichi, no sólo por los platillos cubanos sino por la literatura que se servía en los plantos.

Luego de la segunda ocasión regresé a Informe contra mí mismo que ya había leído y subrayado. De ahí recojo, entre muchos otros, los párrafos donde Lichi recuerda el destino de los dictadores comunistas después de la caída del Muro de Berlín en 1989: el alemán Honecker murió de cáncer en Chile luego de ser juzgado por crímenes, el general polaco Jruzelsky se salvó porque no dio la orden de disparar contra Solidaridad pero de todos modos cargó a cuestas con su dictadura, el húngaro Kadar dijo que Dios lo había visitado en su celda y lloró siete días seguido después de su confesión con un sacerdote, el rumano Ceausescu --por cierto ídolo de muchos socialistas latinoamericanos y enlace para reunir al líder comunista español Santiago Carrillo con Adolfo Suárez para pactar la transición española a la democracia-- fue linchado por una multitud. “Todos ellos”, recuerda con fino sentido del humor Lichi, merecieron en vida la Orden Nacional José Martí” de la revolución cubana.

Estas notas sobre Lichi las escribo hoy que el mundo revolucionario celebra los 85 años de vida de Fidel Castro, el jefe máximo de la revolución cubana a lo largo de casi sesenta años y con 52 años de jefe máximo del poder en Cuba. Por cierto, un aniversario que cumple ya sin la aureola de la historia, en la propia Cuba también sin las fiestas del pasado, el pueblo cubano de nueva cuenta metido en reformas de las reformas, revoluciones de las revoluciones, callado y sin poder protestar por el Estado policiaco que los socialistas, progresistas y revolucionarios del mundo le siguen perdonando en nombre de una revolución cubana que perdió desde siempre su sentido de justicia.

En el párrafo final de Informe contra mí mismo, Eliseo Alberto dice: “los cubanos quizás no tengamos escapatoria pero sí salvación”. Y sacando fuerza de su propia flaquea, se/nos endilga su discurso final sobre Cuba que podría ser su largo epitafio:



Yo, confieso, recordaré con cierta amargura a un joven que abandoné a su suerte hace muchos años en una trinchera de La Habana.: yo mismo. A pesar de tantísimos pesares, y en nombre de tantísimas alegrías, me niego a pensar que durante esa descarga de recuentos dulces y amargos alguien diga, yo diga, cualquiera de nosotros se atreva a decir: “que se vayan, que se vayan que se vayan”, o “dentro de la Revolución nada, contra la Revolución todo”, o “esta casa es mía”, “Fidel, ¡ésta es mi casa!”, o “el pecado original de los intelectuales cubanos es que hicimos la revolución”, o “paredón, paredón, paredón”, porque entonces, compañeros y compañeras, escorias y sabandijas, señoras y señores, socios y socias, compadres y comadres, gusanos y gusanas, aseres y moninas, damas y caballeros, lectores y lectoras, amigas y amigos míos, entonces tendremos que desclavar de nuevo las tablas de los roperos, y sujetarlas de algún modo a los bastidores de la cama, y una noche propicia, bajo el spot de la luna, nos veremos balseando en un mar de tiburones cebados por las carnadas de miles de náufragos hermanos, con la desesperada esperanza de llegar cuanto antes a la única tierra que parece prometida para los cubanos, irnos, todos, a casa del carajo. O lo que es lo mismo: a la mierda.



Queda Lichi como la deuda con los cubanos sin patria.

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